El señor Balthus se encontraba solo,
acostado en su cama, agonizando. Sufría una extraña enfermedad que ningún
doctor hasta ese momento había podido curar. Balthus era un hombre alto,
canoso, de ojos azules, nariz ancha y frente amplia y arrugada. Estaba
divorciado y vivía con su hijo Tomas que lo cuidaba cuando no tenía que ir a la
universidad.
Balthus tenía cuarenta y cinco años,
pero su salud había comenzado a empeorar desde los cuarenta. Hasta los cuarenta
y tres vio a muchos doctores que no pudieron encontrar cura a sus males, que
seguramente fueron ocasionados por el alcoholismo que llevaba desde su
divorcio, y desde los cuarenta y cuatro, tuvo que quedarse definitivamente en
cama porque los agudos dolores que sentía desde entonces no lo dejaban
vivir.
Esa noche, acostado, miró hacia la
ventana. La noche estaba triste. Las estrellas no brillaban y la luna, que la
noche anterior había brillado con todo su esplendor, había desaparecido. Luego
de ver ese detalle, Balthus dirigió su mirada hacia una silla que se encontraba
en frente de su cama y, allí, una extraña aparición lo deslumbró. En la silla
estaba sentado un hombre de apariencia joven, que llevaba puesto una túnica
negra y sus ojos negros tenían una mirada desafiante.
-¿Quién es usted?-
-Sabe quien soy- dijo el desconocido
con muy severa voz.
-¿Qué busca?- preguntó Balthus con
voz aflautada por el dolor.
-Lo busco a usted-
Balthus calló. Estaba muy dolorido y
comenzó a sudar. Su corazón latía muy rápido. Esa presencia lo perturbaba. ¿Se
trataba de la muerte?
-Duele mucho- se quejó Balthus
momentos después.
-Descuida, pronto terminará- dijo el
desconocido.
-¿Por qué no termina ahora?-
-Porque no es tiempo-
-¿No es tiempo de qué?-
-Ya lo sabes-
En ese momento los dos quedaron en
silencio. Balthus había confirmado su teoría de que ese extraño personaje era
la muerte. La muerte. ¿Por qué no se lo llevaba ahora? Balthus sufría muchos
dolores. La enfermedad lo estaba comiendo por dentro. El alma quería escapar
del cuerpo maltrecho, pero la muerte no la lo quería ayudar.
-Por favor- suplicó Balthus
retorciéndose del dolor –Ya acaba con esto-
-No puedo hacerlo. No aún- dijo La Muerte que se puso de pie y
camino hacia el costado de la cama. Una escalofriante brisa azotó el pequeño cuarto
y Balthus sintió un inexplicable miedo frente a La Muerte, que caminaba hacia
él mientras que, de su túnica, caía pequeños fragmentos de tierra.
-Discúlpame- le dijo irónicamente a
Balthus –Comprenderás que vengo del cementerio-
-¿Por qué debo sufrir así?- preguntó
con voz débil y suplicante Balthus.
-Son órdenes de mi jefe-
-¿Quién es tu jefe?-
-Ya lo sabrás-
-¡No quiero saberlo aún! Soy muy
joven para morir-
-No es tu decisión-
-¿Y porqué, entonces, no me llevas
de una vez?-
-Porque no es la hora- dijo La Muerte que volvió a
sentarse en la silla, siempre mirando a Balthus, que sudaba y lloraba del dolor
psíquico y físico.
En ese momento, Tomas, el hijo de
Balthus, entró a la habitación con una taza de te y unos calmantes. Tomas se
sorprendió al ver a su padre tan pálido y asustado.
-¡Llévatelo, hijo mío, no quiero
verlo más!- dijo desesperado Balthus señalando la silla. Tomas miró tal objeto
y no encontró absolutamente nada.
-Estás delirando padre-
-¡No! ¡Esta ahí! ¡La maldita Muerte
está ahí!-
Tomas obligó a su padre, que se
desesperaba intentando señalar a La
Muerte para que su hijo lo viera, a tomar el té y luego salió
de la habitación completamente convencido de que el tiempo de su padre estaba a
punto de acabarse.
La
Muerte,
que siempre estuvo sentada en la silla, reía al ver la desesperación de
Balthus.
-Es inútil- le dijo –Nadie más que
tú puede verme-
-¿Por qué me haces esto?-
-¿Yo? ¿Fui yo quien te hizo esto?- La Muerte se puso nuevamente
de pie, esta vez con más furia, y en el cuarto hubo en temblor que dejo tieso
al moribundo.
-¿Acaso quien crees que te generó
esto?- Dijo La Muerte
que inmediatamente después tocó la zona del hígado de Balthus. Estremecido por
el contacto con La Muerte
y el dolor, Balthus gritó con voz aflautada y desgarradora.
-¡Basta!- Gritó dolorido. Tomas
entró corriendo a la habitación y trató de contener a su padre.
-¡Llévatelo! ¡Vete de aquí,
maldita!- Gritó nuevamente Balthus con la voz que puso. Horrorizado, sin darse
cuenta que La Muerte
reía atrás suyo, salió corriendo de la habitación para llamar al médico.
-Es muy buen muchacho- Comentó La Muerte luego de que Tomas
saliera –Lástima que me lo llevaré dentro de poco tal vez-
Balthus, al oír eso, quedó de una
pieza.
-¿Cómo?-
-Mi jefe lo quiere a Tomas también,
dentro de poco- dijo La Muerte
sentándose en la silla nuevamente.
-Escúchame maldita porquería- dijo
Balthus que intentó levantarse de la cama, sin lograrlo – ¡No dejaré que le
hagas daño a mi hijo!- La
Muerte comenzó a reír al escuchar eso.
-Claro. ¿Cómo lo evitarás?- preguntó
severamente La Muerte
que volvió a levantarse y a tocar con su mano el hígado de Balthus. Él, volvió
a estremecerse y a gritar de dolor.
-¿Por qué me haces esto?-
-Yo no hago nada. Tú te hiciste
esto- le dijo La Muerte
que inmediatamente con su mano tocó su cabeza. Balthus sintió un
estremecimiento en su frente y luego, de alguna manera, recordó su vida con su
esposa. Como arruinó su vida de casado por culpa del alcohol y cómo, ya
divorciado, pasaba todas las noches en vela, bebiendo y desperdiciando su juventud.
Luego de recordar esto, volvió en sí y se encontró nuevamente acostado,
agonizando y mirando a La
Muerte, sentada en la silla.
-¿Y?- preguntó la parca -¿Qué me
dices ahora?-
-No he tenido una buena vida-
-No. Esta vida la has desperdiciado.
Ahora estas aquí, agonizando y gritándome a mi, que voy a terminar con tu
sufrimiento dentro de muy poco-
-Quisiera- balbuceo Balthus, que
sintió que su respiración se estaba agitando más –decirle que lo lamento mucho-
-Ella lo sabrá- dijo La Muerte que, por última vez,
volvió a ponerse de pie –Ella lo sabrá-
-Estoy orgulloso de mi hijo. ¿Cuánto
tiempo le…?- se detuvo para llorar.
-En el lugar que estarás no te
preocuparás por él. Solo se que llegará a casarse y a tener un hijo. Pero mi
jefe no permitirá que siga viviendo después de eso-
Balthus comenzó a llorar.
-¿Cómo es posible? ¿Tan joven?-
-A veces yo tampoco entiendo a mi
jefe- dijo La Muerte
que se acercó a Balthus y le tomó la mano –A veces yo también quisiera dejar
vivir a un joven con una vida por delante. Pero no es mi decisión. Yo solo soy
un empleado de Él-
Balthus miró al cielo. El tiempo se
agotaba, ya solo era un alma averiada en un cuerpo, a punto de salir.
-Pero, como te dije antes, donde
estarás ya no habrá sufrimiento, no habrá dolor ni preocupaciones-
-¿Cómo lo sabes?- preguntó Balthus
que estaba mirando una luz blanca en el techo, el cual no había visto nunca.
-Porque acabas de arrepentirte de lo
malo de tu vida, y porque aunque parezca lo contrario, Él es bueno-
La luz blanca se hizo más brillante.
-Quisiera despedirme de mi hijo-
-Adelante. Pero no tardes. Ya casi
es tiempo-
Tomas ingresó al cuarto llorando,
viendo a su padre a borde del fallecimiento. Balthus intentó tomarlo de la
mano, pero no lo logró. Estaba muy débil. Sin embargo, Tomas pudo tomar su
mano, el cual la apretó muy fuerte.
-Sabes que te amo y que todo lo malo
que hice no debes hacerlo tú-
-Lo se, padre. Yo lo sé-
-Disfruta tu vida y no olvides que
te estaré mirando-
-Lo se, padre- Tomas estaba
temblando, sin saber que detrás suyo estaba la parca, que lo vendría a buscar
dentro de muy poco, también.
-Y dile a tu madre, que seguramente
es feliz, que siempre la he amado y que estoy muy arrepentido por todo lo que
le he hecho-
-Lo sabrá, padre-
-Bien. Deja este cuarto. Disfruta tu
vida. Y cuando te toque partir, quiero que lo hagas feliz por lo que fue tu
vida-
-Lo haré, padre- dijo Tomas que,
secándose las lágrimas, miró por última vez a Balthus, luego le besó su frente
y dejó el cuarto.
La
Muerte
se acercó a Balthus y le agarró la mano.
-Es hora-
-Bien-
-¿Tienes algo para decir?- preguntó
la parca.
-Dentro de todo me siento
afortunado. Si mi ex esposa no hubiera conseguido buena posición, no estaría
muriendo en una cama tan cómoda y cálida. Creo que debo agradecer eso-
-Sabrás a quien agradecérselo-
Un minuto después, el doctor llegó a la casa de
Tomas. Ambos entraron al cuarto, y pese a la mala noticia, Tomas tuvo una pequeña sonrisa dentro de tanto dolor. Pues,
Balthus yacía muerto, pálido, recostado, pero con una especie de sonrisa en su
semblante, lo que hizo pensar que, a pesar de todo, pudo morir feliz.
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