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viernes, 19 de octubre de 2012

La muerte del señor Balthus



El señor Balthus se encontraba solo, acostado en su cama, agonizando. Sufría una extraña enfermedad que ningún doctor hasta ese momento había podido curar. Balthus era un hombre alto, canoso, de ojos azules, nariz ancha y frente amplia y arrugada. Estaba divorciado y vivía con su hijo Tomas que lo cuidaba cuando no tenía que ir a la universidad.
Balthus tenía cuarenta y cinco años, pero su salud había comenzado a empeorar desde los cuarenta. Hasta los cuarenta y tres vio a muchos doctores que no pudieron encontrar cura a sus males, que seguramente fueron ocasionados por el alcoholismo que llevaba desde su divorcio, y desde los cuarenta y cuatro, tuvo que quedarse definitivamente en cama porque los agudos dolores que sentía desde entonces no lo dejaban vivir. 
Esa noche, acostado, miró hacia la ventana. La noche estaba triste. Las estrellas no brillaban y la luna, que la noche anterior había brillado con todo su esplendor, había desaparecido. Luego de ver ese detalle, Balthus dirigió su mirada hacia una silla que se encontraba en frente de su cama y, allí, una extraña aparición lo deslumbró. En la silla estaba sentado un hombre de apariencia joven, que llevaba puesto una túnica negra y sus ojos negros tenían una mirada desafiante.
-¿Quién es usted?-
-Sabe quien soy- dijo el desconocido con muy severa voz.
-¿Qué busca?- preguntó Balthus con voz aflautada por el dolor.
-Lo busco a usted-
Balthus calló. Estaba muy dolorido y comenzó a sudar. Su corazón latía muy rápido. Esa presencia lo perturbaba. ¿Se trataba de la muerte?
-Duele mucho- se quejó Balthus momentos después.
-Descuida, pronto terminará- dijo el desconocido.
-¿Por qué no termina ahora?-
-Porque no es tiempo-
-¿No es tiempo de qué?-
-Ya lo sabes-
En ese momento los dos quedaron en silencio. Balthus había confirmado su teoría de que ese extraño personaje era la muerte. La muerte. ¿Por qué no se lo llevaba ahora? Balthus sufría muchos dolores. La enfermedad lo estaba comiendo por dentro. El alma quería escapar del cuerpo maltrecho, pero la muerte no la lo quería ayudar.
-Por favor- suplicó Balthus retorciéndose del dolor –Ya acaba con esto-
-No puedo hacerlo. No aún- dijo La Muerte que se puso de pie y camino hacia el costado de la cama. Una escalofriante brisa azotó el pequeño cuarto y Balthus sintió un inexplicable miedo frente a La Muerte, que caminaba hacia él mientras que, de su túnica, caía pequeños fragmentos de tierra.
-Discúlpame- le dijo irónicamente a Balthus –Comprenderás que vengo del cementerio-
-¿Por qué debo sufrir así?- preguntó con voz débil y suplicante Balthus.
-Son órdenes de mi jefe-
-¿Quién es tu jefe?-
-Ya lo sabrás-
-¡No quiero saberlo aún! Soy muy joven para morir-
-No es tu decisión-
-¿Y porqué, entonces, no me llevas de una vez?-
-Porque no es la hora- dijo La Muerte que volvió a sentarse en la silla, siempre mirando a Balthus, que sudaba y lloraba del dolor psíquico y físico.
En ese momento, Tomas, el hijo de Balthus, entró a la habitación con una taza de te y unos calmantes. Tomas se sorprendió al ver a su padre tan pálido y asustado.
-¡Llévatelo, hijo mío, no quiero verlo más!- dijo desesperado Balthus señalando la silla. Tomas miró tal objeto y no encontró absolutamente nada.
-Estás delirando padre-
-¡No! ¡Esta ahí! ¡La maldita Muerte está ahí!-
Tomas obligó a su padre, que se desesperaba intentando señalar a La Muerte para que su hijo lo viera, a tomar el té y luego salió de la habitación completamente convencido de que el tiempo de su padre estaba a punto de acabarse.
La Muerte, que siempre estuvo sentada en la silla, reía al ver la desesperación de Balthus.
-Es inútil- le dijo –Nadie más que tú puede verme-
-¿Por qué me haces esto?-
-¿Yo? ¿Fui yo quien te hizo esto?- La Muerte se puso nuevamente de pie, esta vez con más furia, y en el cuarto hubo en temblor que dejo tieso al moribundo.
-¿Acaso quien crees que te generó esto?- Dijo La Muerte que inmediatamente después tocó la zona del hígado de Balthus. Estremecido por el contacto con La Muerte y el dolor, Balthus gritó con voz aflautada y desgarradora.
-¡Basta!- Gritó dolorido. Tomas entró corriendo a la habitación y trató de contener a su padre.
-¡Llévatelo! ¡Vete de aquí, maldita!- Gritó nuevamente Balthus con la voz que puso. Horrorizado, sin darse cuenta que La Muerte reía atrás suyo, salió corriendo de la habitación para llamar al médico.
-Es muy buen muchacho- Comentó La Muerte luego de que Tomas saliera –Lástima que me lo llevaré dentro de poco tal vez-
Balthus, al oír eso, quedó de una pieza.
-¿Cómo?-
-Mi jefe lo quiere a Tomas también, dentro de poco- dijo La Muerte sentándose en la silla nuevamente.
-Escúchame maldita porquería- dijo Balthus que intentó levantarse de la cama, sin lograrlo – ¡No dejaré que le hagas daño a mi hijo!- La Muerte comenzó a reír al escuchar eso.
-Claro. ¿Cómo lo evitarás?- preguntó severamente La Muerte que volvió a levantarse y a tocar con su mano el hígado de Balthus. Él, volvió a estremecerse y a gritar de dolor.
-¿Por qué me haces esto?-
-Yo no hago nada. Tú te hiciste esto- le dijo La Muerte que inmediatamente con su mano tocó su cabeza. Balthus sintió un estremecimiento en su frente y luego, de alguna manera, recordó su vida con su esposa. Como arruinó su vida de casado por culpa del alcohol y cómo, ya divorciado, pasaba todas las noches en vela, bebiendo y desperdiciando su juventud. Luego de recordar esto, volvió en sí y se encontró nuevamente acostado, agonizando y mirando a La Muerte, sentada en la silla.
-¿Y?- preguntó la parca -¿Qué me dices ahora?-
-No he tenido una buena vida-
-No. Esta vida la has desperdiciado. Ahora estas aquí, agonizando y gritándome a mi, que voy a terminar con tu sufrimiento dentro de muy poco-
-Quisiera- balbuceo Balthus, que sintió que su respiración se estaba agitando más –decirle que lo lamento mucho-
-Ella lo sabrá- dijo La Muerte que, por última vez, volvió a ponerse de pie –Ella lo sabrá-
-Estoy orgulloso de mi hijo. ¿Cuánto tiempo le…?- se detuvo para llorar.
-En el lugar que estarás no te preocuparás por él. Solo se que llegará a casarse y a tener un hijo. Pero mi jefe no permitirá que siga viviendo después de eso-
Balthus comenzó a llorar.
-¿Cómo es posible? ¿Tan joven?-
-A veces yo tampoco entiendo a mi jefe- dijo La Muerte que se acercó a Balthus y le tomó la mano –A veces yo también quisiera dejar vivir a un joven con una vida por delante. Pero no es mi decisión. Yo solo soy un empleado de Él-
Balthus miró al cielo. El tiempo se agotaba, ya solo era un alma averiada en un cuerpo, a punto de salir.
-Pero, como te dije antes, donde estarás ya no habrá sufrimiento, no habrá dolor ni preocupaciones-
-¿Cómo lo sabes?- preguntó Balthus que estaba mirando una luz blanca en el techo, el cual no había visto nunca.
-Porque acabas de arrepentirte de lo malo de tu vida, y porque aunque parezca lo contrario, Él es bueno-
La luz blanca se hizo más brillante.
-Quisiera despedirme de mi hijo-
-Adelante. Pero no tardes. Ya casi es tiempo-
Tomas ingresó al cuarto llorando, viendo a su padre a borde del fallecimiento. Balthus intentó tomarlo de la mano, pero no lo logró. Estaba muy débil. Sin embargo, Tomas pudo tomar su mano, el cual la apretó muy fuerte.
-Sabes que te amo y que todo lo malo que hice no debes hacerlo tú-
-Lo se, padre. Yo lo sé-
-Disfruta tu vida y no olvides que te estaré mirando-
-Lo se, padre- Tomas estaba temblando, sin saber que detrás suyo estaba la parca, que lo vendría a buscar dentro de muy poco, también.
-Y dile a tu madre, que seguramente es feliz, que siempre la he amado y que estoy muy arrepentido por todo lo que le he hecho-
-Lo sabrá, padre-
-Bien. Deja este cuarto. Disfruta tu vida. Y cuando te toque partir, quiero que lo hagas feliz por lo que fue tu vida-
-Lo haré, padre- dijo Tomas que, secándose las lágrimas, miró por última vez a Balthus, luego le besó su frente y dejó el cuarto.
La Muerte se acercó a Balthus y le agarró la mano.
-Es hora-
-Bien-
-¿Tienes algo para decir?- preguntó la parca.
-Dentro de todo me siento afortunado. Si mi ex esposa no hubiera conseguido buena posición, no estaría muriendo en una cama tan cómoda y cálida. Creo que debo agradecer eso-
-Sabrás a quien agradecérselo-
Un minuto después, el doctor llegó a la casa de Tomas. Ambos entraron al cuarto, y pese a la mala noticia, Tomas tuvo una  pequeña sonrisa dentro de tanto dolor. Pues, Balthus yacía muerto, pálido, recostado, pero con una especie de sonrisa en su semblante, lo que hizo pensar que, a pesar de todo, pudo morir feliz.

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